miércoles, mayo 10, 2006

Madrugué, pero valió la pena. La asignatura es algo así como “planificación rural”. Salimos con retraso de la universidad. El chofer del autobús se durmió. En poco tiempo el paisaje fue cambiando. No había mucho tráfico y tras una cabezadita ya desperté inmerso en un verde oscuro y carreteras de menos carriles. La verdad es que no recuerdo el nombre del pueblecito. Esta en la zona europea y cerca del Mar Negro, todavía en los límites de la provincia de Istanbul.
En la placita del pueblo nos recibieron algunos niños. Se veían tractores, no olía a döner bueno o quizás si pero sin cocinar, porque olía a vaca. Se veía mucha ropa secándose, debían haber echo la colada. Allí en las casas también se dejan las esperas de los pilares. Y desde las ventanas de esas casas se asomaban algunas gentes. También salieron del “café” algunos de los lugareños. Incluido el alcalde del pueblo. Nos recibió en la cafetería. Hicimos grupos de trabajo y pronto nos repartimos las casas del pueblo. Sin más nos pusimos en marcha para realizar las encuestas requeridas.
Nuestra zona bajaba hacia el valle. En las casas normalmente encontramos a las mujeres. Los hombres estaban en el “café”, en el campo con el tractor o en la única empresa del pueblo que fabricaba carbón. También encontramos en aquellas casas algo dejadas, en muchos casos sin revestimientos y todavía con las chimeneas encendidas a algunos jóvenes que aunque querían no habían podido ir ni al instituto. Normalmente eran chicas, porque los chicos estaban haciendo el servicio militar. Ellas se dedicaban a ayudar a sus padres. Por otro lado la vida allí era muy tranquila. Solo se escuchaban a los pájaros, gallinas y de vez en cuando a las vacas. No había coches, las vistas eran muy verdes, bosques y praderas. Todas las casas tenían un pequeño huerto y un horno de piedra donde cocinaban incluso el pan. Muy rico por cierto. Parecía un buen sitio para descansar de la ciudad durante una época. Pero yo no creo que para toda la vida. Como lo había estado ella. Una señora de noventa y cinco años. Se apoyaba en un palo curvado como su espalda. Sus ojos azules me sorprendieron cuando se sentó en la acera y pudimos verle la cara. Casi no le quedaban dientes. Supongo que a la vez que los había ido perdiendo sus arrugas habrían ido creciendo. Pero dentro de ella había, y en la encuesta se reflejo, mucha vida y muy buen sentido de humor. Había vivido mucho. Muchos ha cambiado su país durante su vida. Ella siempre ha estado en aquel pequeño pueblo Y en esas manos arrugadas como si hubieran estado largo tiempo en remojo, pudimos reconocer todo el trabajo realizado en el campo y por su f
amilia.