martes, noviembre 22, 2005

escalera

Ya había ido antes a la zona del Gran Bazar, pero ese día fue diferente. Aquel día fui con mis compañeros de clase con la idea de estudiarla y analizarla. Quedamos en la puerta del bazar de las especies, y desde allí fuimos subiendo. La verdad es que cada vez que visito esas calles, callejuelas y callejones me parecen diferentes. Era sábado y había mucha gente. Con plano en mano era más fácil orientarse, pero aun así nos acabamos perdiendo. Dábamos un poco el cante mirando hacia el cielo buscando el final de los edificios, mientras todo el mundo observaba las tiendas. Entramos en un antiguo claustro, hoy utilizado como aparcamiento. Me interese por una oscura escalera y cuando iba a fotografiarla un señor apareció de la nada y empezó a subirla. Salió en la foto y cuando estaba por la mitad de las escaleras se dio la vuelta y me habló en turco. No le entendí, pero Nihan que estaba junto a mi sí. Entonces avisó a los demás y seguimos al hombre.
En el primer piso del claustro, cubierto con bóvedas de ladrillo, todo estaba húmedo, desgastado, sucio, casi ruinoso… el hombre hablaba con mis compañeros. Yo trataba de ver lo que había detrás de las puertas entreabiertas. Eran los talleres o almacenes donde se fabricaban o almacenaban los objetos que se vendían en las tiendas de los alrededores. Pero allí también vivía gente. Había ropa colgada de desgastadas cuerdas, brasas todavía humeantes, muebles viejos… el pasillo era muy largo. Al final a mano izquierda el hombre nos enseñó su taller de lámparas, instalado dentro de una de las bóvedas, y con una acústica perfecta. Entonces llamó a un amigo suyo al que también seguimos. Subimos otras escaleras y por fin lo entendí todo. Aquel enigmático hombre de densa barba, cuando le fotografié en las escaleras, me había dicho que si me gustaba hacer fotos el sabia un buen sitio para hacerlas…
Estábamos en la cubierta del claustro, caminando entre las ondulantes bóvedas, a la altura de los minaretes de las mezquitas y con todo Estambul a nuestros pies. El tiempo no acompañaba. Empezó a llover, pero era una lluvia amable. Ligera y no muy fría. Se podían ver los puentes sobre el Cuerno de oro, el intenso tráfico, la silueta de los grandes edificios, la torre de Gálata, un montón de mezquitas…
A ese hombre lo más seguro es que no lo vuelva a ver, pero sin duda tardaré en olvidarlo. Allí, girándose sobre el escalón de aquella oscura escalera.