martes, febrero 28, 2006

hambre

He vuelto a visitar lo que creo es la otra Estambul. La que los turistas y extranjeros no conocemos. Es como volver en el tiempo unos cuantos años, pero no del todo. Caos y desorganización, pero de la que no me gusta. Calles sin asfaltar, solares con casas ilegales, basuras y escombros. Enormes y ya algo envejecidos bloques de viviendas junto a las casas siempre inacabadas. Con las esperas de los pilares a la vista. Por si el primo, sobrino o vecino viene a la ciudad y necesita un hogar.
Una joven lleva a cuestas a un niño de pocos meses. Cuando cruza la calle el todo terreno del inquilino de la nueva y lujosa urbanización le salpica de barro. Viven muy cerca pero no se conocen, ni quieren. El guarda abre la verja y el todo terreno de cristales oscuros entra en su guarida. De la que solo saldrá para ir al trabajo o al gran centro comercial.
Ni tanto ni tan poco. Ni uno ni lo otro. La ropa que cuelga de las ramas del árbol, junto a la casa de ladrillos vistos, parece seca. Los gatos observan desde debajo del tractor. Parecen hambrientos, como lo estoy yo.

sábado, febrero 25, 2006

teatro

columna

horizonte

canciones

Según Kerem aquí se le llama perro a alguien que no entiende mucho de un tema y que se limita a aceptar lo que dice un entendido. El viaje se presentaba como tres arqueólogas, tres perros y muchas antiguas piedras por visitar.
El trayecto en autobús hasta Izmir duró casi diez horas. Pero el viaje realmente comenzó al pararnos en el muelle para cruzar a Yalova. En el embarcadero, esperando al barco, caminando entre autobuses, coches y camiones; viendo la creciente luna, oliendo de nuevo la nocturna brisa marina, charlando con un “çay entre las manos y con Kerem traduciendo las curiosas frases de los guardabarros traseros de los camiones turcos. Ya en Izmir la propia atmósfera era diferente. No había el estrés de Istanbul. Izmir esta más abierta al mar. Importantes proyectos la han dotado de buenos parques y paseos marítimos. Esta situada en una gran bahía flanqueada por montañas, el valle que las separa es la línea de crecimiento que ha seguido la ciudad. Visitamos el antiguo Ágora, el museo arqueológico, los más antiguos restos arqueológicos de la ciudad, el bazar, el ayuntamiento, el mercado… todo era diferente, pero la gente seguía siendo genial. Allí la puesta de sol también podría ser infinita. El sol desapareció en el Egeo anaranjado y rojizo, con la figura de la gaviota que seguía la estela del barco. Dormimos en Selçuk, en una pensión veraniega familiar. En la que ahora tan solo había tres jóvenes japoneses y dos jubilados obesos canadienses.
Al día siguiente la ruta arqueológica comenzó en Didima. Donde un antiguo templo consagrado a Apolo me impresionó. La envergadura de las columnas, los grandiosos muros, o las escaleras en las que escuchábamos las lecturas de Ayse. Todo aquello llevaba allí muchos siglos y había sido desenterrado poco a poco y meticulosamente. Me hacía sentir en otra época. Un perro blanco se unió a nosotros, por lo que en aquel momento ya éramos cuatro aprendiendo de arqueología. Segunda parada fue la antigua Mileto. Éramos sus únicos y por tanto afortunados visitantes. Bajo un sol radiante y los sonidos de las ranas de la charca, empezamos a subir la colina que escondía el teatro. Allí arriba la vista era increíble, emocionante. Un paraje que según los libros en otra época fue mar, hoy campos de algodón y arrozales. Restos de las murallas, del ágora, de templos, de las casas,… y todo respirando un aire limpio y verde. Supongo que en verano estará a reventar y no será lo mismo. Siguiente parada Priene. Situada en el antepecho del monte Mykale, bajo un acantilado, entre bosques y con la vista de toda la llanura, verde por las lluvias del invierno y anteriormente línea costera. Emplazamiento idílico para una ciudad. De la cual se conserva en buen estado el teatro escarbado en la propia montaña, el lugar de reunión del consejo de la ciudad, así como el templo de Atenea. Un lugar genial donde representar a los dioses. El momento en que Zeus selecciona a Paris para que elija a la diosa más bella. Disfrutando de los últimos rayos de sol y compartiendo una botella de un vino oscuro. Tras cena en uno de esos restaurantes de carretera en los que tan bien se come y poco se paga, visita en la oscuridad a un pueblecito de casas de piedra y madera situado en la ladera de una montaña. Rodeado de árboles frutales y viñas. Un sitio ideal donde disfrutar de las estrellas en la cerrada noche y de un buen vino de frutas.
Tras el desayuno turco visita al museo de Efes en Selçuk. Algo antiguo y dejado, supongo por falta de presupuesto. Pero con hermosas y muy valiosas esculturas en su interior. El sol volvía a radiar en la entrada de Efes. Quizás la joya arqueológica del sur de Egeo. Y por ello más concurrida y turística. Un carné de estudiante de arqueología por aquellos lugares hace mucho, de nuevo entrada libre. El teatro es realmente enorme. La fachada de la biblioteca de una delicadeza asombrosa. La antigua Ágora preciosa. El pequeño teatro más íntimo y acogedor. Las tumbas. Pero lo mas impresionante, para mi la auténtica joya de Efes. La colina de las casas adosadas. Bajo una estructura de tirantes y revestimiento plástico criticable desde el exterior pero que sin duda cumple con su cometido; se esconde una parte de ciudad romana totalmente construida en la montaña. En la que uno se puede realmente imaginar la vida en aquellos tiempos. Se pueden ver las casas, sus frescos, mosaicos, patios y habitaciones. Todo impresionante. Tras comida energética turca. Últimas visitas arqueológicas y puesta de sol tras una montaña que salía poco a poco del Egeo dejándose acariciar por las olas que formaba el motor de la pequeña barquita del pescador. En el momento en que cada rayo de sol iba desapareciendo y mientras la luna subía, nos dimos el chapuzón en las ahora frías aguas del Egeo. La vuelta a Istanbul ha servido para escribir estas líneas y guardar estos tres días en mi memoria. Gracias a Kerem, Eda, Ayse, Damla y Çisem por enseñarme vuestro país y sus canciones. Tesekkürler arkadaslar.

domingo, febrero 19, 2006

camino

Cambió la ciudad. El frío nos ha dejado. De repente casi diez grados más. Ligera lluvia en esta noche en la que ya es agradable salir a la terraza. Me parece ver una media sonrisa en la luna. Algo de suave viento que hace mover la veleta con forma de gaviota. Se ven pocas estrellas, hay nubes. Una hormiga se pasea por mi escritorio. Como yo lo hago de nuevo por Istanbul.
Recorrer esta gran ciudad en bicicleta es algo que nunca deja de sorprenderme. Es duro y en ocasiones algo difícil. Pero creo que así se consigue hablarle de tú a tú a la ciudad. Es un tira y afloja. Trabas y obstáculos, pero también regalos y recompensas. Repartidores, vendedores, conductores, paseantes, pescadores, vigilantes... todos ellos conocen bien a la ciudad. Hablan con ella cada día. Yo empiezo a escucharla. Y me gusta. Me gustan esos días en que me llama y yo voy a alguno de sus barrios. Quizás para ver la puesta de sol, para ver como se filtra la luz en el estrecho callejón, o para admirar como se posa la nieve sobre sus calles. Ahora juntos esperamos a la primavera. No sabemos cuando llegará, pero esta de camino.

martes, febrero 14, 2006

doncella

ramas

martes, febrero 07, 2006

ventana

Todo el día tratando de hacer arquitectura. Cansancio informático. Dando vueltas a una idea que no acaba de cuajar. Lo que si ha vuelto a cuajar es la nieve. De nuevo tormenta blanca en la ciudad. Otra vez medio metro de blanca nieve. Colegios y universidad cerrados. Dificultades en las calles. Las mezquitas nevadas y ganas de esquiar. Salgo a respirar aire puro, me asomo a la ventana.
La noche ya no es oscura. Los iluminados edificios de Levent se ven al fondo, tras el cementerio. Todavía hay algunos niños deslizándose sobre plásticos por las empinadas cuestas del barrio. Tan sólo se escuchan sus carcajadas, agua de deshielo por las escaleras y una ligera brisa. Una brisa amable, fuerte y limpia. Es una atmósfera rara. Sin reloj no sabría decir que hora es. Muchas luces encendidas. Poco tráfico. Ya no nieva. Algunos copos aprovechan la brisa para cambiar de tejado. La ciudad se va a dormir, y yo creo que también. Mañana habrá más. Es hora de cerrar la ventana.

domingo, febrero 05, 2006

calle

Hacía sol pero el hombre de las castañas seguía ahí. En la esquina con su gorro y sin parar de dar vueltas a esas castañas ayer más amarillas que blancas. Una mujer bostezaba delante de la tienda de muebles. Un niño de unos diez años entraba en el restaurante a trabajar. Un gato dormilón y espatarrado tomaba el sol sobre la caliente tapa de la alcantarilla. Toda la calle estaba reflejada por las cristaleras del enorme edificio de oficinas. Bajo las ruedas de un coche medio abandonado, de los que ya no se fabrican, quedaba algo de nieve.
Es bonito compartir opiniones sobre esta ciudad con alguien que la esta descubriendo a la misma vez. Compartir ese restaurante escondido, o ese tejado desde el que se ven las vistas o las anécdotas pasadas tras el visor de la cámara. Y cuanto más viajas más aprendes y más tienes que contar. Tengo ganas de conocer este país. Estoy seguro que debe ser diferente a Estambul. Mientras tanto trataré de seguir aprendiendo y compartiendo. Seguiré escogiendo ir por la calle que nunca antes haya pasado.